1936. La carta que el general Francisco Franco envió al presidente del Consejo de Ministros Santiago Casares Quiroga. Por Carlos Fernández Barallobre

El día 15 de mayo de 1936 un oficial de uno de los regimientos de Caballería que se asentaban en Alcalá de Henares, camina por una calle de la ciudad. Unas mujeres reclaman su presencia para que intervenga en favor de dos niños del asilo, que están siendo maltratados por varios matones. El oficial se enfrenta a ellos, Y ante el valor y gallardía del militar español, los cobardes  expanden entre las gentes que se han detenido  para contemplar el incidente, el odioso sambenito de que tanto los niños como el militar son fascistas. La turba la emprende entonces de forma violenta contra el oficial que como puede huye del lugar. Pero la mecha del odio está ya prendida. A lo lejos aparece, montado en una bicicleta, el capitán Isidro Rubio, que se aproxima al lugar. Es recibido con una lluvia de insultos y piedras, e incluso  con varios disparos. El capitán Rubio, sorprendido por tal agresividad, logra como puede llegar hasta su domicilio, que es sitiado por la plebe con intención de asaltarlo. El capitán solicita auxilio a su cuartel. El gobernador Militar de la plaza, general Alcázar, prohíbe a los miembros de la guarnición salir de sus acuartelamientos, pues ha pedido la llegada de fuerzas de Asalto desde Madrid. 

Con la noche como aliada, el capitán y su familia, esposa y tres hijos pequeños,  abandonan, por la parte trasera su casa, en el  momento en que los asaltantes marxistas rocían de gasolina la puerta de entrada a la vivienda, Por la carretera logrará alejarse de Alcalá con dirección a Madrid. No finalizarán ahí los incidentes. En un autobús, procedentes de Madrid regresan a  Alcalá varios oficiales de la guarnición. Las turbas los reciben con intención de acabar con ellos, los que los militares impiden abriéndose paso a tiro limpio.

De inmediato se celebra en la casa del pueblo socialista una asamblea que pide que los dos regimientos de Caballería acantonados en Alcalá de Henares, el de Calatrava n º 2 y Villarrobledo n º 3, salgan inmediatamente de la ciudad. En una decisión sin precedentes, donde queda, de forma manifiesta reflejado, el odio y sectarismo que las autoridades frente populistas sentían por el Ejército. El Ministerio de la Guerra decide el traslado urgente de los regimientos de Caballería, que serán sustituidos por el 7º Batallón de Zapadores Minadores de guarnición en Salamanca y el Batallón Ciclista, acantonado en Palencia.

Regimiento de Caballería de Calatrava.

Cuarenta y ocho horas después de aquellos incidentes, los dos Regimientos de Calatrava y Villarrobledo fueron trasladados a Salamanca y Palencia respectivamente. Ante la premura de la marcha, algunos oficiales se negaron en redondo a abandonar Alcalá de Henares, siendo arrestados por orden del General Alcázar. Al conocer los sucesos, desde Madrid se traslada a Alcalá el general Peña,  jefe de la División orgánica, que ordena la detención de los coroneles del Villarrobledo Plácido Gete y del Calatrava Victoriano Moreno, que de seguido se ven inmersos en un Consejo de Guerra, acusados de insubordinación y desobediencias al mando. El Fiscal solicitó la pena de muerte para el coronel Gete, que sería condenado a 12 años de prisión, junto a otros jefes y oficiales de ambos Regimientos, que recluidos en prisiones militares de Navarra y Palma de Mallorca.  

Ante el gran descontento que reinaba en el seno del Ejercito, por las constantes provocaciones a muchos de sus miembros en todo el territorio nacional; con las detenciones de Generales como José Enrique Varela y Luis Orgaz. La vuelta a las filas del Ejército, tras su amnistía,  de aquellos militares indignos, que habían traicionado a la republica de forma alevosa, participando en la sangrienta revolución de Asturias y el intento de golpe separatista de Cataluña de 1934, por lo cual serian condenados y expulsados del Ejército. El enfrentamiento entre afiliados a la UME (Unión Militar Española) y la UMRA (Unión Militar Republicana Antifascista).

Todo aquello, unido a unos meses de abril, mayo y junio  donde los Incendios de Iglesias y centros de partidos derechistas, asaltos, tiroteos en las calles, cierre de periódicos derechistas, ocupaciones de edificios y de tierras por parte de milicias marxistas, asesinatos, asaltos en carretera para solicitar el socorro rojo, llamamientos a la rebelión armada realizados por destacados políticos de izquierda, estaban a la orden del día. Pisoteada la constitución. Quebrantado el orden público. Vulnerados los derechos fundamentales de muchos españoles, entre ellos la ilegalización completamente ilícita de Falange Española de las JONS, con la encarcelación de todos sus mandos y la casi totalidad de sus afiliados, habían creado un clima irrespirable de convivencia. España caminaba indefectiblemente hacia el abismo.

El presidente del Consejo de Ministros y ministro de la Guerra Santiago Casares Quiroga.

El General Franco decide entonces, en una acción llena de lealtad y disciplina, escribir una carta al Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de la Guerra Santiago Casares Quiroga, anunciándole los inminentes peligros que corría España, con intención de que el gobierno reaccionase, detuviese las afrentas al Ejercito y  restableciese el orden público, acabando con la anarquía reinante.

Fechada el 23 de junio, decía así:  “Respetado ministro: Es tan grave el estado de inquietud que en el ánimo de la oficialidad parecen producir las últimas medidas militares, que contraería una grave responsabilidad y faltaría a la lealtad debida si no le hiciese presente mis impresiones sobre el momento castrense y los peligros que para la disciplina del Ejército tienen la falta de interior satisfacción y el estado de inquietud moral y material que se percibe, sin palmaria exteriorización, en los cuerpos de oficiales y suboficiales. Las recientes disposiciones que reintegran al Ejército a los jefes y oficiales sentenciados en Cataluña, y la más moderna de destinos antes de antigüedad y hoy dejados al arbitrio ministerial, que desde el movimiento militar de junio del 17 no se habían alterado, así como los recientes relevos, han despertado la inquietud de la gran mayoría del Ejército. Las noticias de los incidentes de Alcalá de Henares con sus antecedentes de provocaciones y agresiones por parte de elementos extremistas, concatenados con el cambio de guarniciones, que produce, sin duda, un sentimiento de disgusto, desgraciada y torpemente exteriorizado, en momentos de ofuscación, que interpretado en forma de delito colectivo tuvo gravísimas consecuencias para los jefes y oficiales que en tales hechos participaron, ocasionando dolor y sentimiento en la colectividad militar. Todo esto, excelentísimo señor, pone aparentemente de manifiesto la información deficiente que, acaso, en este aspecto debe llegar a V.E., o el desconocimiento que los elementos colaboradores militares pueden tener de los problemas íntimos y morales de la colectividad militar. No desearía que esta carta pudiese menoscabar el buen nombre que posean quienes en el orden militar le informen o aconsejen, que pueden pecar por ignorancia; pero sí me permito asegurar, con la responsabilidad de mi empleo y la seriedad de mi historia, que las disposiciones publicadas permiten apreciar que los informes que las motivaron se apartan de la realidad y son algunas veces contrarias a los intereses patrios, presentando al Ejército bajo vuestra vista con unas características y vicios alejados de la realidad. Han sido recientemente apartados de sus mandos y destinos jefes, en su mayoría, de historial brillante y elevado concepto en el Ejército, otorgándose sus puestos, así como aquellos de más distinción y confianza, a quienes, en general, están calificados por el noventa por ciento de sus compañeros como más pobres en virtudes. No sienten ni son más leales a las instituciones los que se acercan a adularlas y a cobrar la cuenta de serviles colaboraciones, pues los mismos se destacaron en los años pasados con Dictadura y Monarquía. Faltan a la verdad quienes le presentan al Ejército como desafecto a la República; le engañan quienes simulan complots a la medida de sus turbias pasiones; prestan un desdichado servicio a la patria quienes disfracen la inquietud, dignidad y patriotismo de la oficialidad, haciéndoles aparecer como símbolos de conspiración y desafecto. De la falta de ecuanimidad y justicia de los poderes públicos en la administración del Ejército en el año 1917, surgieron las Juntas Militares de Defensa. Hoy pudiera decirse virtualmente, en un plano anímico, que las Juntas Militares están hechas.

Los escritos que clandestinamente aparecen con las iniciales de U.M.E. y U.M.R.A. son síntomas fehacientes de su existencia y heraldo de futuras luchas civiles si no se atiende a evitarlo, cosa que considero fácil con medidas de consideración, ecuanimidad y justicia. Aquel movimiento de indisciplina colectivo de 1917, motivado, en gran parte, por el favoritismo y arbitrariedad en la cuestión de destinos, fue producido en condiciones semejantes, aunque en peor grado, que las que hoy se sienten en los cuerpos del Ejército. No le oculto a V.E. el peligro que encierra este estado de conciencia colectivo en los momentos presentes, en que se unen las inquietudes profesionales con aquellas otras de todo buen español ante los graves problemas de la patria.

Apartado muchas millas de la península, no dejan de llegar hasta aquí noticias, por distintos conductos, que acusan que este estado que aquí se aprecia, existe igualmente, tal vez en mayor grado, en las guarniciones peninsulares e incluso entre todas las fuerzas militares de orden público.

Conocedor de la disciplina, a cuyo estudio me he dedicado muchos años, puedo asegurarle que es tal el espíritu de justicia que impera en los cuadros militares, que cualquiera medida de violencia no justificada produce efectos contraproducentes en la masa general de las colectividades al sentirse a merced de actuaciones anónimas y de calumniosas delaciones.

Considero un deber hacerle llegar a su conocimiento lo que creo una gravedad grande para la disciplina militar, que V.E. puede fácilmente comprobar si personalmente se informa de aquellos generales y jefes de cuerpo que, exentos de pasiones políticas, vivan en contacto y se preocupen de los problemas íntimos y del sentir de sus subordinados.

Muy atentamente le saluda su affmo. y subordinado, Francisco Franco”

La misiva por parte del presidente, no tuvo respuesta.

Es más, el político coruñés con su actitud imprudente atizó el odio de aquellas dos Españas preparadas ya en línea de combate. Su conocido enfrentamiento en el parlamento con José Calvo Sotelo, en la famosa sesión del doce de junio de 1936, donde con amenazas le hizo responsable de “cualquier cosa que pudiera sucederle”, fue la antesala  de la gran contienda civil española. El cadáver de Calvo Sotelo, asesinado de forma alevosa por sicarios del socialista Indalecio Prieto y fuerzas del orden al mando del capitán de la Guardia Civil, Fernando Condés, constituyó la decisiva señal  de que España se encaminaba sin ningún género de dudas hacia un precipicio de incalculables proporciones y efectos. Sin embargo Santiago Casares Quiroga aún tuvo tiempo para poner de manifiesto nuevamente su temeraria irresponsabilidad. Al indicarle, el 17 de julio, un colaborador de confianza  que los militares se estaban levantado en África contra el gobierno del Frente popular, contestó de forma indiferente: “Si ellos se levantan yo me voy a acostar”. Nuevamente, como en Jaca, las sábanas le jugarían una mala pasada.

Carlos Fernández Barallobre  

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *