Una homilía contra la Cruz: cuando el Arzobispo prefiere quedar bien que hacer el bien

El pasado Viernes Santo, el cardenal José Cobo Cano, arzobispo de Madrid, decidió aprovechar su homilía para lanzar un dardo envenenado, aunque con sotana y sonrisa piadosa, a todos aquellos que todavía se atreven a defender la Cruz del Valle de los Caídos. No lo hizo de forma directa, claro. Lo suyo fue más bien un ejercicio de cobardía elegante, de esos que huelen a incienso progresista y a obediencia al poder establecido.

Con tono solemne, y envolviendo el golpe en un discurso aparentemente espiritual, el cardenal invitó a “mirar la cruz, no como ornamento, sino como huella viva de Cristo”. Hasta ahí, todo correcto. El problema es el subtexto, ese veneno diluido en agua bendita que algunos clérigos utilizan para disimular lo que realmente piensan. Porque lo que Cobo vino a decir, sin decirlo, es que hay que dejar de defender cruces como la del Valle. Que esas son “cruces decorativas”, sin alma, sin sentido, sin fe. Una afirmación tan absurda como ofensiva para los miles de fieles que ven en esa cruz no solo un símbolo cristiano, sino también un monumento a la reconciliación nacional.

Resulta insultante que un obispo dedique su sermón en el día más sagrado del calendario cristiano no a denunciar el genocidio de cristianos en África o Asia, no a defender la presencia de Cristo en una Europa que lo expulsa de las aulas y del debate público, sino a atacar de forma sibilina a sus propios fieles, esos que aún rezan frente a una cruz que el poder quiere borrar. Y todo esto, para congraciarse con quienes pretenden reducir el Valle a un parque temático de la memoria sesgada.

¿Dónde está el pastor que debía alzar la voz por los cristianos perseguidos? ¿Dónde el sucesor de los apóstoles dispuesto a plantar cara a quienes profanan iglesias o legislan contra la vida? Parece que eso no interesa. Lo que interesa es enviar señales de sumisión al gobierno de turno, ser “moderno”, “dialogante”, “abierto”… aunque sea a costa de renegar de la historia, de la memoria y de la Cruz.

No debemos callarnos ante este tipo de discursos tibios que buscan diluir el cristianismo en una espiritualidad buenista e inofensiva. Defender la Cruz del Valle no es una cuestión estética, es un deber moral. Porque esa cruz, la más grande de la cristiandad, fue erigida para recordar a todos los caídos, sin distinción. Es un símbolo de reconciliación, no de confrontación. Y quien no lo entienda así, o peor, quien lo entienda pero prefiera arrodillarse ante el relato dominante, ha traicionado su misión.

Señor Cobo, si no quiere la cruz como ornamento, al menos no la desprecie como testimonio. Y si no quiere defenderla, al menos no ataque a quienes lo hacen. Porque hay cosas que un pastor no debería permitir jamás: ni que se pisotee la memoria, ni que se insulte a sus fieles, ni que se abandone la Cruz. Aunque venga tallada en granito.

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