El mito del maquis: marketing y terrorismo a partes iguales

Hubo un tiempo en el que perder una guerra te dejaba dos opciones: aceptar la realidad o echarte al monte y esperar a que las cosas cambiaran a tu favor. El maquis eligió la segunda. Y desde entonces, la historiografía amable ha tratado de pintarles como héroes románticos, como si fuesen una versión ibérica de los partisanos yugoslavos o de la Resistencia francesa. Pero seamos honestos: ni eran tantos, ni tan organizados, ni contaban con el apoyo de la población.

La guerrilla antifranquista, ese movimiento armado que floreció tras la Guerra Civil, nació con una premisa: si seguimos luchando desde la clandestinidad, antes o después el régimen caerá. O vendrá una invasión aliada. O una revuelta interna. O algo, lo que sea.

Muchos eran antiguos combatientes republicanos, exiliados que volvieron con la Segunda Guerra Mundial aún fresca. Se habían fogueado en la Resistencia y pensaban que podían exportar el modelo. Lo que tal vez no valoraron es que en España no había ocupación extranjera ni un pueblo desesperado por alzarse, sino un país devastado que intentaba rehacerse. Mientras la mayoría se arremangaba para levantar teja a teja lo que quedaba, ellos seguían en la épica, aferrados a una guerra que ya no existía.

Nos venden la imagen del maquis como mártires perseguidos por un régimen implacable. Pero nadie habla de los guardias civiles asesinados a traición, de los alcaldes rurales acribillados por no «colaborar», o de los vecinos aterrados que sabían que el simple hecho de vivir en un pueblo controlado por la guerrilla te podía costar la vida.

Es cierto que fueron perseguidos con dureza, como también lo es que operaban al margen de cualquier legalidad. Había represión porque había terrorismo. No estamos hablando de tertulias intelectuales en cafés parisinos, sino de una lucha armada. Y el régimen, en ese momento histórico, respondió con contundencia tal y como se hubiese hecho en cualquier otro lugar del mundo. No fue una historia de buenos y malos: fue la historia de un grupo que no supo cuándo parar.

Hoy, con la memoria histórica sectaria que practica el gobierno, se les hacen homenajes, se les coloca medallas póstumas y se escribe sobre ellos con admiración. ¿Es legítimo recuperar su memoria? Totalmente. Pero quizás convendría no idealizarla porque una cosa es recordar y otra, convertir la obstinación en virtud y el terrorismo en romanticismo.

La historia es clara, por mucho que la quieran reescribir con pancartas y subvenciones: el maquis no fueron libertadores, fueron los últimos coletazos de un odio sectario que ya había sido derrotado. Su romanticismo es humo. Y su legado, el de una España que eligió seguir adelante mientras ellos se quedaban anclados y escondidos en la trinchera de la revancha.

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *