Franco ante su verdadera historia. Por José María Nieto Vigil. Doctor en Filosofía y Letras y periodista
Al cumplirse cincuenta años del fallecimiento de Francisco Franco, ante la exacerbada, exaltada, encolerizada y excitada posición ideológica social comunista, absolutamente frentepopulista y sectaria, del gobierno del –todavía-Reino de España y de sus mesnadas a sueldo; ante la meliflua, por dulce, suave, delicada y tierna, posición condescendiente, silenciosa y cómplice de la oposición de la derechita cobarde y castrada, es más necesario que nunca, desde aquella infausta jornada de mil novecientos setenta y cinco, defender la figura del Caudillo ante la Historia. No se puede guardar discreción y decoro alguno a la hora de proclamar la lealtad a la verdad y, paralelamente, hacer frente a la manipulación, la mentira y la tergiversación proclamada desde la izquierda y el independentismo, más revanchista y recalcitrante, instalado en la tribuna de oradores y las múltiples poltronas del poder desde donde proferir la mentira convertida en dogma de la nueva fe, de eso que gusta ser llamado como la posverdad. Supone el triunfo de un nuevo y adulterado relato histórico. No se puede consentir.
La traición y la felonía, la apostasía, la abjuración y la negación de muchos, de demasiados, ya se barruntaban y se hacían sentir desde el asesinato del almirante y presidente de gobierno, Luis Carrero Blanco (20 de diciembre de 1973). En aquel entonces, incluso antes, los perjuros ya estaban tomando posiciones ante el seguro escenario político que se abría ante ellos, la segura muerte del Caudillo. A mí no me extrañó la rapidez con la que se efectuó el cambio político en la Historia de España. Muerto el Caudillo, llegaba la hora de los enanos. El cambio se promovió desde las mismas entrañas del régimen que con la muerte de Franco desaparecía. Sin Carrero en liza, era imposible un franquismo sin Franco. De ahí su brutal desaparición, cuyos conspiradores no sólo fueron los autores materiales del atentado. La complicidad de los Estados Unidos y de los Cuerpos de Seguridad del Estado español fue más que evidente, dirigidos por altas instancias del poder establecido.
Memorable e inolvidable, por su “sorprendente” metamorfosis posterior, fue el discurso del Rey de España, Juan Carlos I, ante las Cortes Generales, cuando aceptó, sin reserva ni recato mojigato, la sucesión de su mentor, Francisco Franco, a título de Rey de todos los españoles. No fue el único perjuro. Su felonía y deslealtad quedó muy pronto confirmada a cambio de mantener su testa coronada. La lista de desertores y traidores a “su honor y conciencia”, poniendo a Dios por testigo, fue muy nutrida, extensa y voluminosa. Muchos ocupaban los puestos de mayor dignidad política institucional de nuestra Patria, comenzando por el miserable de Adolfo Suárez, otrora Ministro-secretario general del Movimiento (1975/1976) y presidente del Gobierno de España (1976/1981), entre otros importantes cargos de jurada lealtad al Generalísimo.
Desde el principio, primero soterrada, cobarde, ladina, repugnante y detestablemente, luego descaradamente, la figura y la trascendencia política de Franco, con profunda animadversión entre antiguos adeptos, se convirtió en el motivo y el objetivo de una continuada venganza, de todo tipo de injurias, y en calumnias de toda naturaleza e intencionada distorsión y tergiversación del verdadero relato histórico. Dicho de otra manera, los más furibundos antifranquistas procedían del propio régimen en el que medraron y encontraron acomodo, aquellos que con tanta bizarría exhibían su declarada fidelidad y lealtad, los mismos que, cual traje de luces, se mostraban como pavos reales, con sus galones y símbolos de jerarquía en sus inmaculadas chaquetas blancas, durante sus visitas y recepciones en el Pardo. Triste y lamentable evolución, penosa y vomitiva transformación, fue puesta en escena en el nuevo panorama político del –todavía- Reino de España. Era el camino de perdición que otros continuaron y que nos han llevado al punto en el que hoy nos encontramos.
Ellos fueron los principales protagonistas de lo que ha dado en llamarse el régimen del 78. Ellos fueron los que cimentaron las bases de un nuevo modelo de estado cuya deriva nos ha llevado a la actual situación. Ellos fueron los que abrieron las puertas a los social comunistas radicales e independentistas que hoy dirigen los destinos de España. Hoy estamos más lejos que nunca de un modelo de estado unitario centralizado que de la proclamación de una tercera república. España como Patria –con mayúscula- común de todos los españoles hoy es una entelequia, un espejismo de la España unida que heredamos de Francisco Franco. España ha sido troceada en comunidades autónomas con distinto nivel de autogobierno, convirtiéndola en un títere maltratado por las mesnadas independentistas acolitas, pensionadas y pagadas por Pedro Sánchez con todo tipo de ventajas, prebendas y zarandajas. Una España cuyo destino es la proclamación de una república federal que, en el mejor de los escenarios, a día de hoy, nos permiten imaginar los acuerdos alcanzados con los independentistas, sin luz ni taquígrafos, dando como resultado los decretos ley firmados y promulgados por el gobierno social comunista, frágilmente instalado en la poltrona, de Yolanda Díaz y Pedro Sánchez. a favor de los desertores de España
Un formidable y poderoso Frente Popular se ha levantado victorioso, cuyo único denominador común es destruir España, vendiéndola y comprándola a saldo en el mercado persa en el que se ha convertido la política española. Todo tiene precio y nada tiene valor. Por vía política constitucional ordinaria, a la vista de la manipulación del poder judicial, no hay solución posible. Un poder ejecutivo cautivo del secesionismo y un poder legislativo secuestrado por las minorías radicales de izquierda, con la complicidad interesada del independentismo, dibujan y proyectan un escenario complejo y difícil de derrocar desde una oposición dividida, fragmentada y enfrentada.
Así pues, era Francisco Franco un genuino español con alma de gallego y férrea voluntad castrense. Luchó, fue laureado y distinguido con los más altos honores, amó profundamente a su Patria –con mayúscula-, padeció, sufrió, triunfó, y hoy es denostado y combatido, despreciado y discriminado, condenado y ajusticiado de manera despiadada e impía tras su muerte. En vida, tras su incontestable triunfo en nuestra guerra civil, se dedicó en cuerpo y alma a hacer de España una nación grande, libre y unida, muy distinta de aquella que heredó en mil novecientos treinta y nueve.
Yo, como humilde patriota, desde mi sencilla condición, procuraré ser una mano tendida que ayude a levantar la memoria del Caudillo, hoy vilipendiado y ultrajado, y no contribuir, con el silencio cómplice, a hundir su recuerdo en la noche de los tiempos, condenándole a una damnatio memoriae, es decir, una condena de la memoria o del olvido, por ser considerado un ser detestable cuyo recuerdo se desea eliminar. Nada de eso. Frente a la deshonra a la que hoy es sometida su figura y trayectoria política, me propongo honrar y defender de tamaño ultraje a la figura y la persona del Generalísimo Francisco Franco.
Vivimos tiempos de ira, rencor, odio, antipatía y radical aversión hacia su persona, deseándole, aún muerto, todo tipo de mal, agravio o rechazo expresado de forma terriblemente intensa y descontrolada. Es algo verdaderamente negativo y profundamente enfermizo.
A nuestras jóvenes generaciones, a través de un sistema educativo secuaz de la doctrina filo marxista, de una forma fanática y partidista, se les pretende servir el “cóctel del olvido” más execrable e intencionado que haya podido ser diseñado. Una especie de combinación de ingredientes que son : la MEZQUINDAD, por su falta de generosidad con la verdad y nobleza con la realidad; la IGNORANCIA , es decir, la estupidez generadora de una sociedad idiotizada en la que la mentira se ha institucionalizado de forma consciente y se ha aprendido de manera inconsciente ; finalmente, el SECTARISMO intransigente y fanático en la defensa de un nuevo y torticero relato histórico, por injusto e ilegítimo, ajeno a toda justicia o principio moral más elemental
Yo no lo voy a consentir. Francisco Franco fue un hombre sin igual, un ser humano genuino y digno de alabanza, defensa y elogio. Será difícil que haya otro hombre como él.
Celebradas las primeras elecciones generales, no fue hasta la llegada al poder del ignoto José Luis Rodríguez Zapatero en el dos mil cuatro, hoy convertido en leal escudero de Pedro Sánchez, cuando la figura de Franco y la reconciliación nacional se empezarían a convertir en el objeto de la polémica política. Desde aquel aciago momento, se iniciaría el giro de los acontecimientos que hoy padecemos y de los que venimos siendo testigos desde entonces.