Reírse de Franco no es valentía: es deporte nacional desde 1975

Desde hace años, en el ámbito cultural español se repite una misma fórmula: cada cierto tiempo aparece una película, una obra o un programa de televisión que presume de ser “valiente” por reírse de Franco. Se presenta como un gesto atrevido, una ruptura con el pasado. Pero la realidad es bien distinta: reírse de Franco se ha convertido en un deporte nacional desde 1975, una costumbre repetida que ya no sorprende a nadie y que, lejos de aportar reflexión, ha terminado por vaciar de sentido histórico a quien fue protagonista de una época clave para el país.

El reciente estreno de «La cena» se ha promocionado precisamente bajo esa idea: la de atreverse a bromear con una figura del pasado. Sin embargo, ese supuesto atrevimiento pierde peso cuando se observa la cantidad de veces que el humor ha recurrido a ese mismo recurso durante las últimas décadas.

Ya en los primeros años de la Transición comenzaron a publicarse recopilaciones de chistes populares, como Los chistes de Franco (1977), que reunían el humor clandestino surgido en tiempos difíciles. Décadas más tarde, proyectos como Chistes contra Franco (2025) han recuperado ese mismo material en formato de libro y espectáculo teatral, presentándolo como testimonio social.

En televisión, su caricatura ha aparecido en programas de todo tipo. Espacios como “El Intermedio” (La Sexta), “Polònia” (TV3) o “Vaya Semanita” han recurrido a él en sketches cómicos con mayor o menor acierto. Algunas de estas parodias incluso han generado polémica, como ocurrió en 2018 cuando se interpuso una denuncia contra “El Intermedio” por un gag satírico. La Fiscalía archivó el caso, subrayando que se trataba de una parodia amparada por la libertad de expresión.

También en el teatro y en eventos locales se han realizado representaciones humorísticas. En Pamplona, por ejemplo, se organizó una recreación paródica de una visita histórica de Franco al barrio de La Txantrea, reinterpretada en tono burlesco. En el ámbito audiovisual, intérpretes como Carlos Areces han llegado a representarlo en varias producciones distintas, lo que demuestra hasta qué punto su figura ha pasado a formar parte de la cultura popular.

Todo esto evidencia que el humor sobre Franco no es un acto de valentía, sino una costumbre arraigada. Lo verdaderamente valiente sería acercarse a la historia con rigor, contexto y respeto, sin convertirla en un simple recurso cómico. Las bromas pueden aliviar, pero no explican; pueden provocar, pero no enseñan.

En España, el silencio que dominó durante años ha sido reemplazado por la ironía, y ambos extremos son insuficientes. Ni callar ni ridiculizar ayudan a comprender. La historia necesita serenidad, análisis y memoria, no chistes ni simplificaciones.

Reírse de Franco hoy no aporta conocimiento ni reconciliación. Es un gesto repetido que ha perdido su propósito inicial. Porque cuando una sociedad convierte su pasado en rutina humorística, corre el riesgo de olvidar lo que debería recordar con respeto.

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *