Cuando el Gobierno no solo gobierna: la agenda ideológica como pulso político
Se lee el titular de “ABC” —“Sánchez activa la agenda ideológica: recuperará a Franco tras Gaza y el aborto”— y uno percibe algo más que un titular llamativo: la crónica de una estrategia. Diario ABC
Lo que hace potente a este artículo no es sólo la denuncia de un hipotético uso sistemático del simbolismo político, sino la exposición detallada de cómo ese uso puede ser organizado, dirigido, coordinado. Según “ABC”, el Gobierno habría dado ya instrucciones precisas: movilizar a ministros, priorizar los temas más “políticos”, generar tensión, condicionar la agenda pública, y usar los plazos (como el juicio al fiscal general o la conmemoración de la muerte de Franco) como hitos para marcar el ritmo.
Parece especialmente útil que el artículo nombre no sólo lo que pretendían hacer, sino cómo lo quieren hacer: la selección de temas sensibles, la movilización de símbolos, la preparación de actos conmemorativos, la apelación al electorado femenino mediante reformas del aborto, la atención a conflictos internacionales como Gaza, la utilización de problemas pendientes (vivienda, movilidad, empleo) pero no como única prioridad, sino como parte del engranaje discursivo.
Ese conjunto, memoria histórica, símbolo, derechos sociales, conflictos internacionales, no es casual. Es una arquitectura estratégica. Y entender eso ayuda al lector: no sólo a ver qué piensa o qué quiere el Gobierno, sino cómo hace para que el público se fije en lo que el Gobierno quiere que se fije, cuándo, por qué.
En resumen: este artículo de ABC cumple una función esencial en el debate político: arroja luz sobre la mecánica del poder comunicativo, algo que muchas veces queda difuso, implícito o en la sombra. Qué se dice, cuándo, cómo, y con qué alcance.
Todo este engranaje simbólico, conmemorativo y emocional sirve más para moldear voluntades, distraer de asuntos urgentes y mantener la tensión política constante que para resolver problemas concretos. No estamos ante un relato inocente: estamos ante un gobierno torticero, que prefiere manejar la opinión pública a base de símbolos que en resolver los problemas del país.
Y lo más grave es que el público termina acostumbrándose al ruido, a la confrontación permanente, al titular fuerte, al gesto que impacta. Esa habituación corroe el debate, la deliberación serena, el contraste argumentado, y favorece la polarización. Todo lo contrario a lo que debería ser una «España en libertad».