Del despacho al trabajo: cuando gobernar no era hacer campaña

Estamos tan acostumbrados a ver a los políticos convertidos en actores de campaña permanente que se nos ha olvidado lo que significa gobernar. No promocionar. No fingir cercanía. No soltar frases hechas mientras hacen como que trabajan. Gobernar. Con seriedad, con constancia, con responsabilidad. Y en eso, Franco fue exactamente lo contrario al político moderno: no vendía humo. Ejecutaba. Sin flashes. Sin platós. Sin redes sociales.

Durante su mandato, no había «storytelling» ni «community managers». Había decisiones. Firmes, técnicas y pensadas a largo plazo. No se gobernaba para las encuestas, se gobernaba para el país. No para ganar las próximas elecciones, sino para que España siguiera en pie dentro de veinte años. Y eso, hoy, es casi ciencia ficción.

Franco no hacía campaña. No tenía que caer bien. No tenía que fingir empatía ni construir una imagen de tipo cercano. Era el jefe del Estado. Y como tal, se dedicaba a lo que tenía que hacer: trabajar. Rodearse de técnicos, de ingenieros, de militares, de expertos que sabían lo que hacían. No de influencers, ni de ministros de cuota, ni de politólogos de plató.

Su agenda no estaba llena de fotos para Instagram ni de eventos vacíos. Estaba llena de informes, de decisiones, de proyectos. El AVE no existía, pero los trenes llegaban. Las leyes eran más simples, pero funcionaban. El BOE no era un campo de minas ideológico, sino una herramienta del gobierno real. No había una ley cada semana para contentar a colectivos, había planes de desarrollo para hacer avanzar al país entero.

Y mientras tanto, se construían pantanos, carreteras, viviendas, fábricas, hospitales, colegios. Se diseñaba un modelo de Estado desde cero. ¿Con dureza? Sí. ¿Con autoritarismo? También. Pero con resultados. Hoy, los políticos se hacen fotos en las obras que empezaron hace tres gobiernos y no acaban nunca. Franco las planificaba, las financiaba y las inauguraba. Sin aspavientos.

Molaba porque no había postureo. Porque su poder no venía de una campaña de marketing, sino del ejercicio directo y constante del mando. Porque no fingía ser alguien que no era, ni gobernaba al dictado de los trending topics. Tenía una visión, una misión, y un sentido profundo del deber. Y eso, aunque hoy parezca una reliquia del pasado, es exactamente lo que necesita cualquier país que aspire a sobrevivir en un mundo lleno de gobernantes de cartón.

Franco no fue perfecto. Pero fue eficaz. Y eso, en un país que hoy se ahoga entre ruedas de prensa vacías, leyes ideológicas y líderes que viven más en Twitter que en el consejo de ministros, es una lección que debería grabarse a fuego. Porque gobernar no es gustar. Es hacer. Y Franco, sin pedir permiso, lo hizo.

Publicaciones Similares

Un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *