El Cristo de Mena: devoción, honor y memoria de España eterna
El Jueves Santo en Málaga no es una jornada cualquiera. Es un día en el que la historia, el espíritu y la tradición de España se funden en un acto de fe que trasciende generaciones. Es el día en que el Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ánimas, más conocido como el Cristo de Mena, vuelve a recorrer las calles, escoltado con paso firme por los hombres de La Legión, en uno de los actos más solemnes, patrióticos y cargados de emoción de toda la Semana Santa española.
Pero esta devoción no es fruto de una moda pasajera ni de un espectáculo folclórico. No. Esta tradición hunde sus raíces en un tiempo en el que España luchaba por no perderse a sí misma. Fue en 1925, bajo la dictadura de Miguel Primo de Rivera, cuando un joven teniente coronel llamado Francisco Franco participó en la procesión del Cristo de Mena, sellando así una relación espiritual y simbólica entre el alma legionaria y esta imagen sagrada. Tres años más tarde, en 1928, la Legión declaró oficialmente al Cristo como su protector, elevando la relación a la categoría de hermandad de sangre y acero.
La Segunda República, como era de esperar, intentó borrar todo rastro de esta tradición. El 12 de mayo de 1931, hordas anticlericales prendieron fuego a la parroquia de Santo Domingo y redujeron a cenizas la talla original de Pedro de Mena. Fue una muestra más del odio irracional hacia nuestras raíces católicas, nuestras tradiciones y todo aquello que representa la España de siempre. Pero no lograron acabar con la fe. No consiguieron quebrar la voluntad de un pueblo que, con el triunfo del bando nacional en la Cruzada de Liberación, reconstruyó no solo la imagen del Cristo, gracias al escultor Francisco Palma Burgos en 1942, sino también su presencia espiritual.
Durante los años del franquismo, la presencia de La Legión en la procesión del Cristo de Mena no solo se consolidó, sino que alcanzó una dimensión sagrada. Era, y sigue siendo, un acto de comunión entre el alma española, la fe católica y el espíritu militar que forjó nuestra historia. Porque no hay mayor símbolo del sacrificio que el Cristo crucificado, ni mayor honor que marchar con Él al hombro al compás del “Novio de la Muerte”.
Hoy, pese a los intentos de la progresía y los enemigos de España por mancillar o trivializar esta tradición, el Cristo de Mena sigue recorriendo las calles de Málaga con la misma dignidad que antaño. Las lágrimas de los fieles, el respeto de los presentes y el clamor de los legionarios lo confirman: la España eterna no ha muerto, y mientras haya una cruz, una bandera y un soldado dispuesto a defenderla, jamás morirá.
Porque el Cristo de Mena no es solo una talla. Es un símbolo de resistencia, de honor, de fe. Es la imagen viva de una España que muchos quisieron destruir, pero que, como siempre, resucita cada Jueves Santo.