Los ferroviarios del 36: del hierro a la chapuza revolucionaria
Se suele hablar de los ferroviarios de 1936 como héroes del pueblo, los grandes defensores de la República, esos hombres que tomaron los trenes para parar a Franco y que “hicieron historia”. Pero si rascamos un poco, lo que se encuentra es más caos que gloria, más propaganda que eficacia, y más improvisación que estrategia real.
El sector ferroviario estaba muy sindicalizado, UGT y CNT sobre todo, y en cuanto sonaron los tiros del 18 de julio se lanzaron a controlar estaciones, cortar vías y ocupar locomotoras. ¿Resultado? Trenes parados, mercancías que nunca llegaron a destino, vías saboteadas sin coordinación y una red ferroviaria convertida en un gigantesco embudo que apenas servía para algo más que mover milicianos de un lado a otro sin demasiado orden.
En Cataluña y Aragón llegaron incluso a colectivizar el ferrocarril. ¿Qué significaba eso en la práctica? Comités improvisados tomando decisiones sin experiencia de gestión, horarios que cambiaban sobre la marcha, trenes cargados de soldados y armas que se retrasaban días enteros porque no había repuestos o porque se priorizaba al batallón “amigo” antes que al que tocaba. Una auténtica ruleta rusa en un momento en el que la guerra pedía cabeza fría y logística seria.
La imagen romántica de aquellos ferroviarios armados hasta los dientes, organizando milicias propias, puede sonar épica en un panfleto, pero en la realidad era un despropósito. Se creó un ejército paralelo sin disciplina, sin mando único y sin visión de conjunto. Más que un frente sólido, aquello era un puzle desordenado de cuadrillas que hacían lo que querían bajo la bandera de la revolución.
Y no olvidemos que, en el fondo, la misión del ferrocarril es simple: hacer que las cosas lleguen donde tienen que llegar, cuando tienen que llegar. En ese aspecto, los ferroviarios del 36 fracasaron. No lograron frenar a las tropas franquistas de forma decisiva, no garantizaron suministros constantes y acabaron convirtiendo uno de los pilares de cualquier guerra, la logística, en un laberinto lleno de retrasos, averías y favoritismos.
Un ejemplo de este tipo de relatos es el artículo reciente en elDiario sobre los ferroviarios de Mallorca, donde se habla de una “historia silenciada” de trabajadores que intentaron parar trenes para frenar al fascismo. Esa versión heroica se mezcla con lo que olvidan decir: los desajustes, la falta de coordinación, y cómo esas acciones, a pesar de su valor simbólico, fueron insuficientes para cambiar el curso de los acontecimientos. Sí, algunos ferroviarios hicieron cosas valientes, pero valentía no equivale a eficacia organizativa ni a liderazgo estratégico.
Tras la victoria de Franco, la represión contra ellos fue dura, sí, pero también porque habían demostrado ser un foco permanente de desorden. El nuevo régimen creó RENFE en 1941 para centralizar y controlar el sistema. Duro, pero efectivo: la red ferroviaria pasó a ser un organismo disciplinado y al servicio de un Estado que quería orden, no comités discutiendo horarios en plena guerra.
Al final, tanto ruido de revolución, tanto discurso heroico y tanto puño en alto para que el gran legado ferroviario de 1936 fuese básicamente éste: trenes que no salían, locomotoras saboteadas y un tremendo caos.