1933: El año que la Semana Santa fue cancelada por el odio
Hay cosas que uno no debería olvidar. No porque viva anclado en el pasado, sino porque hay heridas que siguen abiertas y enseñanzas que siguen vigentes. Y lo que pasó en 1933, en plena Segunda República, es una de esas cosas. Ese año, en Sevilla (sí, en Sevilla, la capital de la devoción, la ciudad que huele a azahar, incienso y fe) no salió ni una sola procesión de Semana Santa.
Ni el Cristo del Cachorro. Ni la Esperanza de Triana. Nada. Silencio absoluto. No por lluvia, ni por respeto a ninguna catástrofe. Por miedo. Por cobardía institucional. Por odio al catolicismo.
La izquierda republicana no tuvo que firmar ningún decreto. Les bastó con crear un clima de amenazas, de agresiones a templos, de insultos impunes, de «cultura» de café y trinchera. Las hermandades, por miedo a que les quemaran los pasos o les apalearan a los hermanos, decidieron no salir. Por dignidad, dijeron algunos. Pero no: fue una rendición forzada. Una derrota cultural sin disparar un tiro.
Y lo más triste es que muchos hoy, desde el sofá y el relativismo moral, ni lo saben ni lo valoran. Como si la Semana Santa fuese solo folclore. Como si las cofradías fueran un desfile y no la última línea de defensa de la España eterna.
Lo de 1933 no fue una anécdota. Fue un símbolo. Una alerta roja de lo que pasa cuando se le da poder a quienes desprecian nuestras raíces. Hoy lo vemos con otras formas: procesiones canceladas por “motivos de seguridad”, capillitas arrinconadas, medios que se ríen de la fe… Pero el germen es el mismo. La misma alergia al crucifijo. La misma obsesión por borrar la tradición.
Y mientras tanto, nosotros seguimos creyendo. Con nuestras flaquezas, con nuestras contradicciones, pero con la certeza de que sin Dios, sin raíces y sin memoria, no hay nación que aguante.
Así que sí, recordemos 1933. No para llorar, sino para entender que la historia vuelve. Y que o espabilamos, o nos volverán a dejar sin procesión y sin España.