El concurso para desfigurar la historia: una farsa contra el Valle de los Caídos

El concurso internacional anunciado por el Gobierno para la “resignificación” del Valle de los Caídos, hoy renombrado oficialmente como Valle de Cuelgamuros, supone un intento deliberado de desnaturalizar uno de los monumentos más representativos de la historia reciente de España. Bajo la apariencia de un ejercicio de memoria democrática, lo que se plantea no es sino una operación ideológica orientada a reinterpretar el pasado desde una única visión: la del resentimiento, la del ajuste de cuentas, la del presente que se impone sobre la verdad histórica con criterios propagandísticos.

El Valle fue concebido como lugar de reposo para todos los caídos de la Guerra Civil, sin distinción de bandos, y su construcción fue precisamente una respuesta al dolor de una España fracturada, una apuesta por la reconciliación en tiempos en los que el rencor todavía podía sentirse en las cunetas y en las familias. Convertir ese espacio en un museo reeducativo, con guías, paneles y una nueva narrativa oficial, es borrar esa voluntad de unión. Es reinterpretar el duelo nacional para transformarlo en una exhibición dirigida a reforzar el discurso de una parte contra la otra.

Se invocan supuestas razones pedagógicas, pero el propósito es otro: transformar el símbolo de una España que decidió pasar página en una herramienta al servicio de quienes no han dejado de reabrir viejas heridas. Y lo hacen sin rubor alguno, destinando más de 30 millones de euros del erario público mientras las prioridades sociales se acumulan. Es un escándalo económico, político y moral.

El concurso no es inocente: está diseñado para escoger el proyecto que mejor encaje en una narrativa ya escrita. No se busca enriquecer la historia, se busca domesticarla. No se consulta a las familias de los allí enterrados. No se respeta la dimensión religiosa del recinto. No se escucha a los expertos con visiones distintas. No se atiende a la complejidad del pasado: se impone una versión simplificada, maniquea, cómoda para el presente y letal para la comprensión del futuro.

Quienes defienden esta operación dicen que el país necesita memoria. Pero la memoria sin verdad, sin respeto y sin libertad no es más que propaganda. El Valle de los Caídos no necesita ser resignificado. Necesita ser respetado. España no puede construir su futuro sobre la demolición selectiva de su historia. Y mucho menos, hacerlo al dictado del poder político de turno.

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