Contra el olvido impuesto: la lucha diaria por honrar la historia


Si formas parte de una asociación que reivindica la figura de Francisco Franco en la España actual, ya sabes lo que hay: te van a cancelar. No una vez. No por error. No por problemas logísticos. Te van a cancelar siempre. Y no porque haya algo ilegal en lo que propones, porque no lo hay, sino porque simplemente no encajas en el relato oficial que se quiere imponer a golpe de decreto, plató y pancarta.

Intentamos organizar una misa. Cancelada.

Queremos presentar un libro con documentación histórica. Cancelado.

Solicitamos una sala para dar una conferencia. Se echan atrás a última hora.

Y no estamos hablando de reuniones clandestinas en sótanos oscuros, sino de actos públicos, con permisos, dentro de la ley, con gente normal que solo quiere rendir homenaje o abrir un debate. Pero no. Nos niegan espacios, nos insultan, nos señalan en redes, nos llaman franquistas como si eso fuera una excusa válida para reventar derechos fundamentales.

Las presiones políticas existen, pero las mediáticas pesan aún más. En cuanto un ayuntamiento cede una sala, ya tienen a todos los medios locales preguntando por qué “se permite una exaltación franquista”. Cuando un párroco ofrece su iglesia para una misa, se monta una campaña de acoso que acaba con rectificaciones “forzadas”. Si un hotel nos alquila un salón para una charla, le amenazan con dejar de ir, con campañas negativas, con escraches. Y al final, el resultado siempre es el mismo: cancelado.

¿Qué clase de democracia es esta en la que unos colectivos pueden homenajear asesinos, hacer performance sexuales en iglesias o honrar a Lenin en universidades, pero nosotros no podemos leer un discurso o rezar un rosario sin que vengan los inquisidores del siglo XXI a echarnos? Estamos ante una democracia débil, manipulada, llena de miedo a que alguien diga lo que no gusta o recuerde lo que incomoda.

Nos están borrando. O eso intentan. Pero cada acto cancelado es una prueba más de que les molesta que sigamos vivos. Cada sala que nos niegan es un símbolo de su miedo a que el relato no esté cerrado. Y cada vez que nos insultan, nos señalan o nos persiguen, solo refuerzan nuestra determinación.

No vamos a callarnos. No vamos a rendirnos. Y no nos vamos a ir. Porque nuestra historia no se cancela. Aunque lo intenten una y otra vez.

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *