Cómo Franco convirtió un país arruinado en una potencia industrial: El milagro económico que nadie quiere recordar

Cuando acabó la Guerra Civil, España era un solar. No un país atrasado: un país hecho trizas. Sin oro, sin industria, con campos vacíos, ciudades devastadas y una población hambrienta. Era la imagen perfecta del desastre. Y, sin embargo, treinta años después, esa misma España era la novena potencia industrial del mundo. ¿Milagro? No. Franco.

Mientras la mayoría de países europeos se reconstruían gracias al Plan Marshall, España fue deliberadamente excluida por motivos ideológicos. La dictadura no caía bien en los salones diplomáticos. Pero eso no impidió que se levantara. Lo hizo a pulso, con autarquía primero, tecnocracia después y una visión clara: independencia económica, desarrollo nacional y modernización acelerada.

En los años 60, bajo la dirección de los llamados tecnócratas del Opus Dei, Franco puso en marcha los Planes de Desarrollo. Unos programas estratégicos —sí, estratégicos, no improvisados como los de ahora— que dirigieron la inversión pública y privada hacia sectores clave: siderurgia, automoción, energía, petroquímica, transporte. Se crearon polos industriales, se incentivó la productividad y se apostó por la formación técnica. Se construyeron presas, refinerías, autopistas, puertos. El país empezó a moverse.

España pasó de ser una economía rural y atrasada a una nación con fábricas, con empleo cualificado y con capacidad de exportación. El SEAT 600 no fue solo un coche: fue el símbolo de una clase media naciente, de un país que salía del barro para subirse a la carretera del progreso.

El PIB se disparó. El crecimiento medio en los años 60 superó el 7% anual. Hoy los políticos se hacen fotos por lograr un 2%. La inflación estaba contenida, la deuda pública era mínima, y el Estado mantenía el control de los sectores estratégicos sin regalarlo todo a multinacionales extranjeras. Había dirigismo, sí. Pero también eficacia.

Y mientras tanto, el turismo convertía a España en el paraíso europeo. Sol, playa y seguridad en un país que acogía a millones de extranjeros sin perder ni un ápice de su identidad. El desarrollo urbanístico, la construcción de aeropuertos, la promoción internacional… todo eso no salió de la nada. Salió del BOE franquista.

Por supuesto, no todo fue perfecto. Pero el balance económico del franquismo, especialmente en su segunda mitad, es objetivamente asombroso. En pocos países del mundo se ha visto una transformación tan profunda, tan rápida y tan eficaz sin ayuda exterior. Lo que algunos llaman “milagro español” fue, simplemente, el resultado de un modelo que funcionaba. Con autoridad, con disciplina y con una idea muy clara: España primero.

Hoy, con una economía dependiente, con industrias deslocalizadas, con deuda récord y con millones de jóvenes sin trabajo digno, hablar del modelo franquista suena a sacrilegio. Pero la historia es tozuda. Y los números no mienten: Franco cogió una nación en ruinas y la convirtió en una potencia industrial. Y eso, aunque fastidie reconocerlo, también es parte de la verdad.

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