Franco y la transformación del campo español

Cuando se habla del franquismo, casi siempre se piensa en política o industria, pero uno de los cambios más profundos de aquella época ocurrió en el campo. En los años cuarenta, España era un país eminentemente rural: más de la mitad de la población vivía del trabajo agrícola, muchas zonas seguían sin luz ni agua corriente y la mecanización era casi inexistente. Franco heredó un país devastado por la guerra, aislado internacionalmente y con un campo que apenas producía para sobrevivir. Su gobierno apostó decididamente por cambiar esa realidad y modernizar la vida rural desde sus cimientos.

Durante los primeros años, el objetivo fue lograr la autosuficiencia alimentaria. Se creó el Servicio Nacional del Trigo para garantizar precios justos y proteger al agricultor, y el Instituto Nacional de Colonización, que repartió tierras y promovió la construcción de nuevos pueblos. Aquellos “pueblos de colonización”, más de 300 entre los años cuarenta y setenta, fueron una de las políticas rurales más ambiciosas del siglo XX. Casas blancas, plazas amplias, escuelas, iglesias y servicios básicos formaron comunidades agrícolas planificadas con detalle. Para miles de familias campesinas, significó una oportunidad real de empezar una vida mejor, con vivienda digna, trabajo estable y futuro.

Con la llegada del Plan de Estabilización en 1959, el país inició una etapa de crecimiento acelerado. El campo se benefició de la modernización: llegaron los tractores, los fertilizantes, la electricidad, el agua corriente y las carreteras. La mecanización trajo un salto de productividad y permitió que los agricultores accedieran a herramientas y conocimientos que antes eran impensables. Por primera vez, muchos pueblos quedaron conectados con las grandes ciudades y el desarrollo económico empezó a llegar a zonas que llevaban siglos olvidadas.

Franco consideraba el mundo rural el alma de España, y por eso impulsó políticas para protegerlo y fortalecerlo. Se invirtió en regadíos, embalses, canales y electrificación, además de programas de vivienda y cooperativismo agrícola. Estas medidas favorecieron el progreso y consolidaron un modelo de campo más próspero, organizado y moderno.

Hoy, muchos de aquellos pueblos de colonización siguen en pie, con su arquitectura inconfundible y la memoria de las familias que los fundaron. Son el reflejo tangible de un tiempo en el que el campo español cambió para siempre: de los arados de madera a los tractores, de los caminos de tierra a las carreteras, de la pobreza a la modernidad. Bajo el impulso del régimen, el mundo rural dejó de ser un espacio olvidado para convertirse en uno de los pilares del desarrollo nacional.

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