¿Por qué el bien se agacha ante el mal?

¿Será que el bien es cobarde? ¿O es que se ha vuelto cómodo? En el caso del Valle de los Caídos, lo que está ocurriendo es simple y triste: el bien no es que haya perdido la guerra, es que ya ni pelea. Se arrodilla. Agacha la cabeza. Mira a otro lado mientras el PSOE profana tumbas, reescribe la historia a su antojo y convierte un lugar de reconciliación en un campo de batalla ideológica con los huesos de los muertos como munición.

Y mientras tanto, los que deberían alzar la voz (obispos, sacerdotes, hombres con sotana y, en teoría, con huevos) callan. O peor: colaboran. Prefieren no molestar, no mancharse, no incomodar al poder. La excusa de siempre: no entrar en conflicto, mantener la paz, buscar el diálogo… ¡pamplinas! El mal no dialoga. El mal avanza cuando el bien se queda sentado esperando un milagro.

Hay que dejar de pedir permiso para defender lo que es justo. Hay que recordarles a nuestros pastores que no están aquí solo para celebrar misas bonitas los domingos, sino para plantar cara. Para resistir. Para enfrentarse a los Herodes modernos, aunque lleven corbata roja y sonrisa de telediario. El pueblo está deseando ver valor, coherencia y coraje. Lo que no aguanta más es la tibieza disfrazada de prudencia.

Porque si el bien no está dispuesto a luchar, entonces no es bueno. Es inútil.

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