Cuando las Fuerzas Armadas eran columna vertebral, no pegatinas en un desfile
Hoy el Ejército es una institución olvidada, decorativa, a la que solo se recurre para poner sacos en una riada o cargar bolsas en una pandemia, mientras se le ningunea desde los despachos y se le insulta desde las tribunas. Pero hubo un tiempo, y no tan lejano, en que las Fuerzas Armadas eran la columna vertebral del Estado, la reserva moral de la patria, el escudo de la unidad nacional. Ese tiempo fue el del franquismo. Y ahí, como en tantas otras cosas, Franco no se andaba con tonterías.
Militar de formación, Franco entendía perfectamente la importancia del Ejército como institución no solo defensiva, sino fundacional. No era solo una fuerza armada: era una escuela de valores. Honor, deber, jerarquía, patriotismo. Palabras que hoy suenan a chiste entre tanto ministerio inclusivo, pero que entonces eran la base del servicio a España.
Durante su mandato, el Ejército recuperó prestigio, disciplina y estructura. Se modernizaron los cuerpos, se actualizó el material, se construyeron cuarteles, academias, escuelas militares. Se profesionalizó la carrera militar sin convertirla en una oficina gris de funcionarios con galones. Había vocación. Había misión. Y había respeto.
El Servicio Militar Obligatorio no era una carga, era una etapa formativa. Millones de jóvenes pasaron por la mili y salieron con valores que hoy brillan por su ausencia: respeto por la autoridad, sentido de la responsabilidad, amor a la bandera. Y no, no era un “adoctrinamiento”. Era forjar carácter. Preparar al ciudadano para algo más grande que sí mismo. Algo que este siglo de narcisismo y victimismo no puede ni entender.
El Ejército, además, no estaba a merced de partidos ni modas. Respondía al Estado, no al Gobierno. A la Nación, no al Parlamento de turno. Y por eso, bajo Franco, se mantuvo como garante silencioso del orden, la estabilidad y la unidad de España. Sin declaraciones altisonantes, sin postureos diplomáticos. Simplemente existiendo, preparado para actuar si la patria lo exigía.
Y lo más importante: el Ejército no se avergonzaba de ser español. No pedía perdón por portar el escudo. No ocultaba la bandera. No disimulaba su esencia para quedar bien en Europa. Desfilaba con orgullo. Juraba la bandera con convicción. Y estaba dispuesto, si hacía falta, a dar la vida. Hoy, muchos de los que visten uniforme lo siguen sintiendo así. Pero les obligan a callar, a esconderse, a vivir bajo sospecha.
Franco molaba, también, porque supo dar al Ejército el lugar que le corresponde: el de guardián, no figurante. El de institución, no atrezzo. Porque mientras hoy los gobiernos lo usan como cortina de humo o como instrumento para ganar votos, él lo trataba con la dignidad que merece. Y eso, le joda a quien le joda, se nota. Se echa de menos. Y se respeta.