La política de vivienda bajo Franco: hechos, ladrillos y certezas
En la España de hoy, donde un joven necesita hipotecarse durante 40 años, sacrificar la mitad de su sueldo y rezar para que no suban los tipos de interés, cuesta creer que hubo un tiempo en que una familia obrera… sí, obrera, podía comprarse un piso digno. No hablamos de cuentos de abuelos, hablamos de los años del franquismo. Esos años que muchos demonizan sin tener ni puñetera idea de lo que se vivía realmente.
Bajo el mandato de Franco, se desarrolló una política de vivienda social masiva, planificada y orientada a cubrir una necesidad básica: tener un techo. Pero no un techo provisional o en alquiler eterno, sino propiedad. Propiedad como forma de estabilidad, de dignidad, de arraigo. No había chiringuitos ideológicos ni discursos vacíos sobre “el derecho a la vivienda”. Había ladrillos. Y había llaves.
A través del Instituto Nacional de la Vivienda, el franquismo promovió millones de pisos, especialmente entre los años 50 y 70. Se urbanizaron barrios enteros para acoger a trabajadores que venían del campo en busca de una vida mejor. Vallecas, Moratalaz, Orcasitas, San Blas, La Elipa, Villaverde… nombres que hoy son parte del paisaje urbano de Madrid nacieron bajo esa visión de orden y planificación. Y lo mismo ocurrió en Sevilla, Barcelona, Valencia, Bilbao.
Las viviendas se entregaban con precios asequibles, con facilidades de pago, y estaban pensadas para acoger a familias enteras. El Estado intervenía no para encarecer el mercado con impuestos delirantes o para regalar subvenciones absurdas, sino para construir, entregar y controlar el acceso justo a una vivienda real. Había prioridad para familias numerosas, para obreros con hijos, para viudas de guerra. No se repartía en base a ideología o clientelismo, sino a necesidad.
Y lo mejor: no se trataba de guetos. Eran barrios funcionales, con servicios, colegios, transporte, zonas verdes. ¿Minimalistas? Sí. ¿Humildes? También. ¿Dignos? Sin duda. Y lo más importante: eran suyos. Años después, cientos de miles de familias aún viven en esos pisos que compraron gracias a aquellas políticas. Mientras tanto, las generaciones actuales pagan alquileres abusivos por cuchitriles, atrapados en la precariedad perpetua.
El discurso progresista actual insiste en que el franquismo fue oscuridad. Pero la historia demuestra lo contrario en muchos ámbitos. Y el acceso a la vivienda es uno de ellos. Porque durante el régimen de Franco, una familia con un solo sueldo, el del padre obrero, sin carrera universitaria, sin máster ni “trabajo híbrido”, podía, con esfuerzo, pagar su piso. Hoy, ni entre dos mileuristas lo logran.
Franco entendió que una nación fuerte se construye desde el hogar. Que un ciudadano con propiedad es un ciudadano con futuro. Hoy hemos cambiado eso por alquileres de por vida, desarraigo y frustración. Así que sí: en materia de vivienda, Franco también era mejor. Y los bloques de ladrillo rojo que aún resisten en nuestras ciudades lo siguen diciendo, sin palabras, pero con verdad.