La España moderna se construyó con pico, pala y planificación militar
En España, usamos a diario el legado de Franco. Nos beneficiamos de él sin decir gracias, como si las carreteras hubiesen crecido solas, como si los trenes los hubiera traído el viento y como si los pantanos se hubieran excavado por generación espontánea. La verdad es otra: la España moderna, la que pisas, conduces y bebes, fue construida bajo su régimen. Con visión, con huevos y sin comités de expertos que no saben ni abrir una caja de herramientas.
Durante el franquismo se llevó a cabo la mayor transformación de infraestructuras del país en toda su historia contemporánea. No se hablaba de “sostenibilidad” ni de “resiliencia”: se hablaba de hacer las cosas. Se planificaba a largo plazo y se ejecutaba a toda máquina. Y no se pedían disculpas por hacerlo.
Los pantanos. Franco sabía que un país sin agua controlada no tiene futuro. Por eso impulsó una red hidráulica colosal: se construyeron más de 500 presas en todo el territorio, muchas de ellas todavía en funcionamiento. Gracias a ellas, el campo se regó, las ciudades bebieron y la industria pudo crecer. No había que mendigar caudales, ni esperar milagros meteorológicos. Había agua porque se había trabajado para tenerla. Y hoy seguimos aprovechando esas obras, aunque se nos haya olvidado quién las ordenó.
Las carreteras. Antes del franquismo, viajar era una odisea: caminos polvorientos, coches que no llegaban a ninguna parte y pueblos aislados. El régimen convirtió eso en historia. Se trazaron ejes viarios nacionales, se pavimentaron miles de kilómetros, se diseñó una red funcional para conectar el país de norte a sur, de este a oeste. Muchos de los actuales trazados de autovías se levantan sobre esas rutas originales. No eran “corredores logísticos”, eran carreteras de verdad, hechas para que circulara el país entero.
El ferrocarril. Con Franco, RENFE se modernizó. Se electrificaron líneas, se ampliaron recorridos, se mejoraron estaciones. No había AVE ni postureo, pero había eficiencia. El tren llegaba a más sitios que ahora, y daba servicio real a la España profunda. No era un lujo de clase media-alta para ir de Madrid a Barcelona en business, era transporte público de verdad.
Y no nos olvidemos de los puertos y aeropuertos. Franco entendió que España, rodeada de mar, debía abrirse al comercio y al turismo. Se modernizaron instalaciones marítimas, se construyeron muelles y terminales. Se levantaron aeropuertos que siguen activos, y se preparó el país para recibir el boom turístico de los 60 y 70. Hoy presumimos de sol y hoteles… gracias a que alguien se preocupó de que pudieran aterrizar los aviones.
La España útil no nació con la democracia. Nació cuando un régimen autoritario, con todos sus defectos, decidió que había que construir un país con bases sólidas. Hoy nos llenamos la boca hablando de “infraestructuras verdes” y “transformación digital”, pero seguimos bebiendo el agua de los pantanos franquistas, conduciendo por sus carreteras y cruzando puentes que llevan décadas sin mantenimiento.
Así que sí: Franco molaba. Porque mientras otros hablaban de revoluciones desde el sofá, él construía la columna vertebral de una nación moderna. Con cemento, con hierro y con la cabeza puesta en el futuro. Y eso, aunque moleste, aunque duela, aunque escueza, es incuestionable.